REGRESO MÁS TARDE | Cuento

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Por: Ulises Oliva Martínez.

Cuando ella entró a la casa se percibía un intenso olor a fósforo y azufre. Afuera, el cielo destellaba paulatinamente por la tormenta eléctrica de esa noche. Así se iluminaba gran parte de la casa.

Ella caminó unos pasos hasta llegar a la puerta de la sala que se encontraba entre abierta. Antes de encender la luz observó el sofá que se encuentra al lado de la ventana por donde se puede mirar hacía la calle. De pronto vio que en la sala se encontraba una sombra, de un hombre.

¡Llévese todo lo que quiera de esta casa pero no me haga daño!, – ¿Qué quiere? ¿Quién es usted? Le advierto que en cualquier momento llegará mi marido. Sólo váyase antes de que llame a la policía.

Aquella sombra permaneció en silencio. Del bolsillo de su chamarra sacó una caja de fósforos que agitó antes de encender un cigarrillo. El humo comenzó a aromatizar la habitación y el olor a azufre fue perdiendo presencia en el ambiente. La silueta se puso de pie y caminó hacia la ventana, abrió despacio la cortina y miró hacia la calle que se encontraba desolada por las inclemencias del clima. Volteó quedando de frente hacia ella; sostiene en su mano el cigarrillo que en la oscuridad parecía ser una luciérnaga roja que volaba arriba abajo repetidas veces hasta volcar en su boca y despedir una bocanada densa de humo blanquecino que se dispersaba lentamente en la habitación.

– ¡Así que en cualquier momento llegará tu marido! ¿Crees que eso puede ahuyentar a un desconocido?

– Sí, ¿Quién es usted?¿Qué quiere?

– Nada, no te preocupes. ¿Ya has olvidado mi voz tan pronto, Carmen? Las veces que susurré a tu oído un te amo, un saludo, un halago. Escucha mi voz, recuerda, ¿Quién soy?

Carmen se quedó sorprendida por esa voz y las palabras que había escuchado. El timbre de voz era idéntico al de su marido que meses atrás había fallecido en un accidente automovilístico camino a la ciudad de México. Ella se aproximó un poco más a esa sombra. En imágenes fue pintando en su memoria el rostro de su esposo. Sin poder verlo imaginaba que era él fumando silenciosamente frente a ella.

– No, esto no puede estar pasando, es una broma de mal gusto, usted no puede ser Pedro, él está, (Dejó escapar un leve suspiro y soltó una frase, casi en murmullo) muerto.

– Es real, Carmen. Está pasando. No he podido dejar de pensar en ti, en este amor que aún te tengo, es tan grande que me ha hecho volver para despedirme de ti, para verte un momento y después irme para siempre.

– No, no es posible, déjame verte, quiero verte, quiero saber que no éstas mintiendo, que no es alguien más que imita tu voz. Sabes, no he podido concebir esta vida sin ti, me haces falta flaco, bastante. Si pudiera volver a verte un instante, sentirte, podría dibujar en mi rostro esa sonrisa que tanto te gustaba.

Él se aproximó hasta donde ella se encontraba de pie con su abrigo y se quedó quieto detrás. La tomó de los hombros y le quitó el abrigo para ponerlo en el perchero, la giró de frente a él y tomó su mano. La miró entre cada destello de luz que apenas vislumbraba su rostro, la abrazó en silencio. Afuera comenzaba a caer una tormenta y los truenos no paraban de iluminar la sala dónde ellos dos se unían en un cálido abrazo. Entre las sombras comenzaban a buscar sus labios y sentir sus ganas de extrañar y fluir incesantemente en un beso que desearían eterno.

– ¿Estoy soñando?, dime si estoy soñando, Pedro.

– No es un sueño, me puedes ver y sentir ¿no es así?

– Sí, pero sólo eres una sombra, déjame encender la luz, quiero verte. Quiero ver tu rostro. No puedo dejarte ir sin verte nuevamente a los ojos.

– No es buena idea, no lo hagas Carmen, te arrepentirás.

Fue tanta la insistencia de ella que en un descuido encendió la luz de la lámpara que se encontraba a un costado del sofá. Al ver el rostro de Pedro sufrió un desmayo. Despertó cuándo la lluvia había cesado y la mañana comenzaba a clarear, las gotas en el tejado disminuían su continuo troac, troac. Se levantó de golpe del sofá y comenzó a buscar por toda la casa algún rastro de su marido. Fue a la habitación y sólo encontró al gato recostado sobre la cama lamiendo delicadamente sus patas.Siguió con el baño, abrió la cortina de la ducha sin encontrar algún rastro de él, bajó corriendo al comedor sin tener suerte, se encontraba sola nuevamente.

Con la nostalgia de cada mañana tomó un descanso en la mesa del comedor, con los codos apoyados sobre la mesa. Cabizbaja se tocaba la sien con las manos mientras las lágrimas rodaban lentamente en su rostro. Levantó la mirada y alcanzaba a ver que en la puerta principal había una nota. Cuando se acercó lo suficiente pudo leer lo que en ese trozo de papel estaba escrito:

«Regreso más tarde.
Con amor:
-Pedro».

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