Cuento: Minuto Noventa

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Por Missael Gutiérrez

Seguimos abajo en el marcador y el árbitro está de su lado. Añade tres minutos, escasos tres minutos. El rival viene haciendo tiempo desde el minuto setenta y nos vienen a joder con tres más. La pelota rebota de un lado a otro, los jugadores tropiezan ansiosos por ponerla en el suelo. Un mal intento por reventar el balón nos deja con nuestro delantero y el portero, uno a uno…

-¿Vas a seguir molesta? Ya te expliqué lo que me pediste. Te lo dije, quiero estar contigo.

Permanece callada, a momentos me voltea a ver, luego roza un poco su hombro contra mi brazo, quiere ceder, pero su orgullo es más grande.

-Mírame, ¿no me quieres ya? Prometo va a ser diferente, voy a cambiar.

Silencio absoluto, esto me está matando, pero resisto.

-Escucha, sé que no es la primera y mucho menos la última, pero voy a mejorar. Además, tengo reservada una mesa esta noche en el restorán ese que te gusta tanto, y mira, te compré este vestido.

Gira la cabeza, sonríe y…

¡Gooooool! ¡Gol, gol, gol!  La banca se cae a pedazos, estoy encima del utilero y del doctor del equipo, llorando y sin camiseta. El estadio enmudecido, los tambores de la hinchada rival callados.

Es el empate que nos lleva a los tiempos extras, es el gol que nos devuelve el aliento, la esperanza. Me amonestan por sacarme la playera y seguir abrazado a los compañeros y el cuerpo técnico. Se reanuda el juego y a segundos, el árbitro pita el final. Hay prórroga, felicidad en los rostros propios y pesadez en los ajenos. Bajamos la guardia un poco. ¡Hay treinta minutos restantes!

 

Se levanta de la cama, con el vestido entre el brazo y se mete al baño. El cuerpo se afloja, y silbo un cantito de porra de fútbol. Yo odio ese deporte, pero a ella le encanta y he tenido que acompañarla de vez en cuando a ver los partidos. Grita, insulta, aplaude y canta como una loca. Yo me limito a estar a su lado y ver a las edecanes del medio tiempo, de reojo claro, y beber algo de cerveza. Sale del baño, molesta. El vestido le queda apretado, ya no lo quiere, lo odia, me dice. Ponte otro, le propongo, deja de comer tantas grasas. ¡Mal saque!, como dicen los pamboleros, se molesta más. Comienzan los reclamos…

 

Una molestia muscular en la pierna derecha. No hay más cambios y el central ya está listo para reanudar. ¡Pitazo! El rival se volca contra nuestro arco con orgullo. ¡Travesaño! Nos miramos uno a uno como perdidos. Esto se vuelve una locura. El juego se ensucia con entradas arteras y peligrosas, parece que al referee y al público les gusta. Nosotros no tenemos tanto colmillo para ser agresivos, pero intentamos defendernos con nuestros propios recursos.

¡Que no la extraño con un demonio! Deja de mencionar a mi ex novia de una vez.

Le insisto. Está más enojada que al principio y comienza a sacarme problemas del pasado. Que si mi ex novia, que la chica que trabaja conmigo.

-¡Estoy contigo y con nadie más!

-No te creo.

Me muestra su teléfono. Es un mensaje de su amiga diciéndole que hace un par de días en una fiesta intenté coquetearle. ¡Ni cómo parar ese balón!

 

Error además del portero y gol. De nuevo abajo en el marcador, se termina el primer tiempo extra. La afición está metida con su equipo, se ven más fuertes que nunca. Hay que darle un nuevo par de guantes al portero, que se rompió los anteriores por la frustración. Un poquito de agua, ánimos y a seguir. Es ahora o nunca.

-¡No puedes venir a echarme en cara esas tonterías! Ni siquiera es tu amiga, ¿cómo le vas a creer?

Me levanto de la cama y me dirijo hacia ella con tranquilidad, la tomo suavemente por los hombros y le miro el rostro con certeza.

-Escucha, no me importa si te lo tengo que repetir mil veces más…

Tomo el balón desde media cancha, regateo al primero y el dolor en la pierna crece…

-Tú eres la persona que necesito en mi vida, la que me hace feliz.

Intenta decir algo, pero le pongo un dedo en la boca y continúo. Dejo a dos en el suelo, uno de ellos alcanza a jalarme la camisa. Trastabillo, pero me levanto aún con el balón en mi control, el área está cerca…

-Quiero demostrarte que podemos estar juntos, ser felices como cuando comenzó esto, ¿recuerdas la primera vez que nos vimos? estabas tan hermosa…

Las piernas rivales se van quedando atrás, somos el portero y yo. El arquero se tira a mis pies y logro evitarlo. El balón se me alarga, resbalo, con la suela apenas lo empujo, fuerza suficiente, gira y gira…

-Yo también quiero estar contigo.

Me dice, la tomo del rostro y la beso, me abraza, caemos a la cama. ¡Qué golazo acabo de meter! Le susurro al oído y se ríe mientras empieza a desabrochar mi camisa. Son segundos de intensidad pura, cuerpos sudorosos y agitados. Hace mucho que no nos queríamos de tal manera, que no dejábamos todo en la cancha.

 

Se termina el tiempo extra, hay penales. Estamos más cerca que ellos de la victoria, con más fuerza y convicción. Con lo sucedido hace unos segundos, soy el motivador y el primer lanzador de penales. Arengo como nunca a los compañeros, confiado en salir victorioso en esta batalla.

 

Ellos lanzan primero. Nuestro portero baila su línea, achica su arco. ¡Lo ataja! La grada enmudecida. Nuestro turno. Camino erguido al manchón penal, acomodo el balón con paciencia, el arquero no deja de mirarme, tres pasos hacia atrás. Uno, dos, tres hacia delante y…

-Quiero dar el siguiente paso y casarme contigo.

Me dice mientras me besa el pecho desnudo. ¡La sangre se me congela! No atino a decir una sola palabra. Me mira desconcertada, se ha dado cuenta que titubéo y no es lo que quiero.

 

¡El balón se mete entre las banderas de la barra! Festejan mi fallo como un gol. Me acomodo el botín como queriendo culparlo por el terrible error, nuestro portero me da ánimos y me levanta del césped. Camino con la cabeza gacha, pero los compañeros me abrazan como si lo hubiese acertado.

-No es que no quiera casarme contigo, simplemente que no pensaba hacerlo tan pronto.

De nada sirven mis palabras, ahora no grita, ni me insulta, ¡llora! Eso es peor, no tengo idea de cómo detenerla esta vez. Me da la espalda, creo que no hay nada más que hacer.

 

Los siguientes penales rivales son acertados, mientras que los nuestros van a las manos del guardameta. Estamos abajo dos a cero. Si meten su siguiente tiro, se acaba.

-¿Puedes irte por favor?

Apenas dice eso y deja de sollozar.

-No me busques más.

Suspiro, comienzo a ponerme la ropa mientras el tirador rival coge la bocha, la acomoda en el punto. Me abrocho el último botón de la camisa. Toma vuelo largo, parece que va a reventar la red. Empiezo a guardar en una maleta las pocas cosas que tengo en su habitación al tiempo que nuestro portero estira los brazos lo más que puede. El árbitro suena su silbato y el jugador avanza decidido a acabar con todo.

 

Desde la puerta lanzo la última mirada y ella sigue de espaldas, no desea verme. Permanezco un segundo ahí, parado en el límite mientras escucho a la gente gritar el gol de su vida. Se acabó, nos quedamos a nada otra vez.

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