Cuento: Modales de Motel

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Por Luis Mario de León

 

No era la primera vez de ninguno de los dos, pero cada quien por su parte se reservó su pregunta y su confesión.

 

Después de todo, el segundo amor no es menos valioso que el primero, y quién sabe cómo vengan los que vengan.

El licor había ayudado- siempre lo hace- a desanudar pudores y a lubricar perversiones, pero un halo de timidez aún los rondaba.

Ella se sentó a la orilla de la cama y comenzó a quitarse los aretes (en el pasado había tenido una mala experiencia que había terminado en una escena de terror). Él hizo como que buscaba algo que ver en la TV, pero el porno de motel siempre es malísimo y un distractor terrible. Puso un canal de música pop, y se sentó junto a ella.

– ¿Todo bien?

– Todo bien.

Respondió ella.

-Te ves guapísima con lentes.

Le dijo mientras le acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja.

-Gracias.

Sonrió amablemente mientras se sonrojaba.

Silencio incómodo. A pesar de la amenidad de la velada, la primera vez con alguien sigue siendo una primera vez. Es un trámite engorroso que suele presentase al terminar una relación en la que ya se había alcanzado una intimidad.

Con la pareja anterior ya se saben los pasos, los por dóndes y los itinerarios. Se han firmado contratos de condiciones mutuamente acordadas, se sabe cómo y a qué ritmo se hacen las cosas, se conocen las carencias ajenas y las preferencias.

Pero ahora hay que empezar de cero. Dos fantasmas los miran desde los costados de la cama.

– Perdón, estoy un poco nerviosa.

-Yo también. Debimos haber tomado más.

– No, así está bien. Ven, dame un beso.

Más pronto que pronto él acató la orden.

Comenzaron a besarse, y lenta pero seguramente ya estaban recostados, ella sobre él, sus cadencias conociéndose, tramitando puntos de encuentro, las lenguas al frente de la conquista.

Afortunadamente para todos, el cuerpo es sabio. La ternura deviene en pasión y a la pasión le estorba la ropa. La pasión ocupa pureza y la moralidad, invitada por nadie, se apena y se va. La respiración indica el camino a proceder.

Ella lo detuvo. Le tomó la cabeza entre las manos y lo miró con ojos de ardiente súplica.

– Estoy lista.

Él, romántico empedernido, hubiera preferido que el desvestimiento fuera progresivo, pero las cosas nunca son como uno las imagina. De hecho, son mejores en su improvisación.

Cada uno se quitó las prendas por su parte, como si estuvieran compitiendo. Ella ganó porque a él se le atoró el pantalón en uno de los tobillos.

Aún con un poco de pena, se metieron debajo de las sábanas, y sorpresivamente la ternura reapareció. Comenzaron otra vez, pero ahora ya nada estorbaba. La humedad existió en plenitud, y los cuerpos no dudaron. Imaginemos unos imanes. Se atraen hasta estar juntos sin resistencia.

Un cuerpo nuevo, un amor nuevo, un placer nuevo, y por tres horas, solo existió una silueta de piel. Los fantasmas a los costados ya no se atrevieron a mirar y se fueron, derrotados.  Una flama nueva se encendió, con la esperanza de nunca extinguirse.

El teléfono sonó, y la recepcionista refirió con ensayada amabilidad que era tiempo de dejar la habitación.

-No importa, pagaremos otras tres horas.

Respondió la chica, y colgó.

 

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