Por Manuel Cabrera
Paseando por el centro de la ciudad con un amigo, en nuestro andar me fue inevitable detenerme por el exquisito olor que emanaba al pasar junto a una dulcería.
– ¡We nos tenemos que meter ahí!
Al entrar a lo que parecía un pequeño local, comenzaron a desplegarse pasillos y pasillos llenos de colores y olores espectaculares. No entendía ¿Qué es lo que estaba pasando? Simplemente respiraba y veía felicidad a todos lados que volteara.
Entré en un ataque de risa y éxtasis al no lograr contener mi emoción ante tal majestuosa situación. Me olvidé por completo de mi amigo, me encontraba sumergido en un mágico mundo de colores, sabores y olores que llevaban mi felicidad al extremo.
Caminando entre los pasillos y agarrando bolsas y pequeñas cajas de dulces para llevar, logré llegar a la caja al final del establecimiento. Mientras la señorita cobraba, yo aún suspiraba y respiraba lentamente mientras comenzaba a volver en mi. No sabía describir aquella magnífica sensación.
Fue como un orgasmo diabético, pero sin duda existía en aquel momento en mi, una gran felicidad. Me puse a reflexionar con lo poco que podemos llegar a estar extremadamente alegres.
* Qué la felicidad y el gozo verdadero en la vida no están relacionados en lo absoluto con lo material.
* Que debemos aprender a encontrar los pequeños placeres de la vida y la felicidad hasta en los momentos más cotidianos.
* Que debemos darnos cuenta y saber disfrutar de detalles que parecen insignificantes, momentos que pasamos a veces desapercibidos y que nos dan placer.
* Que encarnamos en este mundo con un cuerpo capaz de sentir y hay que aprovecharlo y gozarlo.
* Que uno busca y se desgasta de más en busca de la felicidad, cuando se encuentra dentro de una dulcería.