¿Cuántas veces no hemos repetido esa frase hasta que finalmente olvidamos lo que íbamos a hacer y cuando recordamos lo que debíamos hacer, el círculo vuelve a empezar?
Usualmente la culpa invade cuando estos pensamientos llegan, pero no hay nadie a quien culpar: científicamente el olvido tiene su lado positivo; el cerebro no puede almacenar toda esa información, así que la mejor forma que tiene para seguir almacenando datos, es eliminando otros.
También, puede y que el adjetivo de “distraído/a” sea muy común para describirte, pero, se ha encontrado cierta relación entre esta característica y el nivel de creatividad que una persona puede tener.
Pero también, a veces ese olvido se refiere a algo más, algo que algunos podrían llamar “el mal de nuestra época”, es decir, la procrastinación.

Esa costumbre de posponer y reprogramar y agendar las actividades que se supone deberíamos hacer, pero que preferimos decirles “en cinco minutos lo hago” o aplicar el mexicanismo más paradójico, el ahorita.
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Asimismo, también la ciencia ha salido a explicar parte del motivo de la procrastinación, incluso se le han dedicado algunas infografías, en las que se menciona que, parte de que decidamos evitar algunas actividades es porque “nos duele el cerebro”, por lo que no hacemos lo que deberíamos.

Igualmente, puede y sea la remota posibilidad de no querer hacer las cosas.
Las razones para no hacer la gran lista de tareas (a veces no es tan grande) que tenemos que hacer tiene múltiples justificaciones pero, una vez que se hace consiente el hábito, es momento de decidir qué hacer con él: si dejarlo pasar o esperar hasta que haya alguna consecuencia de nuestro olvido.
Sin duda, el olvido es parte de las actividades diarias: olvidar las llaves, hacer las compras o devolver llamadas, pero hacer una simple lista puede ayudar, como si fuera un recordatorio. Así, serán menos y menos las veces que digamos ahorita lo hago.