Por: Marisol Díaz
En la ciudad de León, durante el velorio del “Brujo de San Pancho”, en medio de un ambiente de caos y terror, un misterioso hombre apareció en el lugar para llevarse el cuerpo. Se dice que era “El Catrín”.
Cada rincón del mundo está lleno de leyendas, historias y miles de cuentos que nos remontan a épocas de nuestros abuelos. Nuestra ciudad, León (Guanajuato), no es la excepción. En la década de los ochentas, la ciudad fue testigo de un acontecimiento sobrenatural en la entonces funeraria “Cristo Rey”.
Aquél doctor o brujo de la ciudad, antes de morir pidió no ser velado o sepultado; sino que su petición final consistió en ser recostado en una cama. Pero sus familiares hicieron caso omiso, y por tradición lo velaron en una funeraria.

En dicha esquina de la ciudad existió una funeraria, donde una familia proveniente de San Francisco del Rincón velaba los restos de un hombre, conocido como el «Brujo de San Pancho».
Entonces, en la ciudad de León, cuando el reloj marcó medianoche, una especie de remolino entró por la puerta principal del negocio, y de pronto, una oscuridad total envolvió el lugar. Derribó todo a su alrededor: cirios, veladoras e incluso el ataúd cayó en el piso de la capilla de velación.
La leyenda cuenta que hace más de 30 años existió un médico originario de San Francisco del Rincón, que practicaba magia negra y blanca. Además brindaba sus servicios por el rumbo del Calvario, León.
Así, todo se volvió caos. Había gritos e incertidumbre. Las personas abandonaron el lugar mientras que en el techo algunas paredes y parte del piso se marcaban de rasguños.
“AYUDEN POR FAVOR. ALGO PASÓ EN LA FUNERARIA. ¡SE LLEVARON EL CUERPO! ¡SE LLEVARON EL CUERPO!»,
gritaban los vecinos.
Un día después, cuando los familiares regresaron a recoger los destrozos levantaron el ataúd con mucha facilidad. Pero no pesaba como el día anterior y la curiosidad los motivó a abrirla.
Así descubrieron con incredulidad que la caja estaba vacía. Nadie supo qué pasó con el cuerpo del brujo y varios de sus familiares desaparecieron de la ciudad.
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Después se cerraron puertas, ventanas y todos los accesos a este lugar con ladrillos de adobe, para que nadie volviera a entrar al lugar. Se cuenta que algunas señoras llegaban al lugar, se hincaban y ponían unas veladoras para después ponerse a rezar. Al final, el lugar quedó solo por varios años, sin que nadie se atreviera a entrar.
Un día, de acuerdo a la leyenda, en los años noventa acudieron al sitio unos sacerdotes del Obispado de León. Entonces dieron bendiciones a aquellas paredes, ya que entre la población no cesaban los rumores de la aparición del diablo en forma de Catrín.
En la actualidad, esta leyenda sigue pasando de generación en generación convirtiéndose parte de la tradición oral de la ciudad de León.
Redacción: Laura Márquez
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