EL LABERINTO DE LA SOLEDAD

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PRAVIA 12 (julio – agosto 2014)

Por: Redacción Pravia.

Octavio Paz es uno de los mejores y más influyentes escritores mexicanos de todos los tiempos. A mediados de siglo pasado, publicó su ensayo “El laberinto de la soledad». Me llama la atención cómo su visión del mexicano y del hombre en general es similar a lo que se vive actualmente, 64 años después. Relata los acontecimientos históricos que ha vivido y sufrido el mexicano desde La Conquista hasta la era moderna en que fue publicado el ensayo. Paz en el libro busca encontrar los orígenes, identidad y las causas del comportamiento del mexicano, pero a su vez nuestra forma de afrontar y desafiar al mundo como seres humanos. A continuación extractos, ideas anotaciones e inspiraciones a partir de este clásico.

1. Una obra de arte o una acción concreta definen más al mexicano que ni la mejor de las descripciones.

Estamos solos, la soledad empezó el día que nos desprendimos del ámbito materno y caímos en un mundo extraño y hostil. El mexicano no trasciende su soledad al contrario se encierra en ella. Es un ser que cuando se expresa, se oculta. Sus palabras y gestos son casi siempre máscaras, una persona que no se conoce a sí misma. El mexicano no quiere o no se atreve a ser. Pretendemos ser y vivimos en una constante improvisación. El personaje que fingimos llega un momento en que se pierde entre lo que aparenta y la realidad y queda condenado a representar toda la vida. Mentira y verdad se confunden. La mentira se instala en nuestro ser y se convierte en el fondo de nuestra personalidad. Mimetismo,  aparentar ser otra cosa se torna un recurso instintivo para escapar de lo desconocido; una defensa frente al exterior. Nos aludimos a nosotros mismos. Nuestra intimidad jamás aflora sin la fiesta, el alcohol o a solas.

El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior. El juego de los albures, el combate verbal hecho de alusiones obscenas y de doble sentido que tanto se practica en México. Cada letra, cada sílaba están animadas de doble sentido. La poesía al alcance de todos, cada país tiene la suya y en ella se condensan todos nuestros deseos e iras que apelan en el fondo inexpresados.

!Viva México hijos de la chingada!  Los demás son los hijos de la chingada, los extranjeros, los malos mexicanos, nuestros enemigos, nuestros rivales, los otros, todos aquellos que no son lo que nosotros somos. ¿Quien es la chingada? Ante todo es la madre; se usa en casi toda América y en algunas regiones de España, y en casi todas partes, chingarse es un verbo agresivo que se manifiesta como capacidad de herir, rajar, aniquilar y humillar. En México los significados de la palabra son innumerables. Es una voz mágica, basta un cambio de tono apenas para que el sentido varíe. Hay tantos matices, como entonaciones, tantos significados como sentimientos. Se puede ser un chingón y mandar a la chingada, el chingado se chinga y se lo chingaron, hay chingaderas, se puede chingar a una mujer y un chingo de términos mas. El verbo denota violencia y penetrar por fuerza en otro. Chingar provoca cierta satisfacción en el que lo ejecuta, el chingon.

Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado; de humillar, castigar, ofender o a la inversa. La vida social como un combate, una sociedad en fuertes y débiles. En un mundo de chingones, de relaciones duras de violencia en el que nadie se abren ni se raja,  todos quieren chingar. Las ideas de trabajo cuentan poco, lo único que vale es la hombría, el valor personal capaz de imponerse. Cuando decimos vete a la chingada enviamos a la persona a un espacio lejano, vago e indeterminado, al vacío que no esta en ninguna parte; al país de las cosas rotas, gastadas o chingadas. El chingón es el macho, los que se abren son cobardes. El hijo de la chingada es el ejemplo del rapto, de la burla; es el fruto de una violación. Los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento de los deseos del hombre. Las mujeres son seres inferiores porque tienen rajada y al entregarse se abren. Los mexicanos no concebimos el amor como conquista sino como lucha, el hombre se vale de sus sentimientos reales o inventados para obtener a la mujer; de ahí la imagen del amante afortunado Don Juan. Porque si nos enamoramos nos abrimos, mostramos nuestra intimidad.

2. En cada hombre late la posibilidad de ser o más exactamente de volver a ser otro hombre.

El solitario mexicano ama las fiestas todo es ocasión para reunirse y cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias. Somos un pueblo ritual y en pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas de México. Nuestro calendario está poblado de fiestas, el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata en honor de la virgen de Guadalupe o el general Zaragoza. Cada ciudad, cada pueblo y cada barrio tienen sus ferias, festejos y ceremonias. Son incalculables las fiestas que celebramos y los recursos y tiempo que gastamos en festejar.

El mexicano silva, grita, canta, arroja petardos, descarga su pistola al aire. Se arrojan sombreros, brotan las malas palabras, los chistes y las guitarras. En ocasiones la alegría acaba mal hay riñas, balazos y cuchilladas. Eso también forma parte de la fiesta, porque mexicano no se divierte quiere sobrepasarse, descargar su alma, saltar el muro de soledad que lo incomunica. Todo ocurre en un mundo encantado, el tiempo es otro tiempo, situado en un pasado mítico o en una actualidad pura. El espacio cambia de aspecto, se engalana y convierte en un sitio de fiesta. Los personajes que intervienen abandonan su rango humano social y se transforman. Todo pasa como si no fuera cierto, como en los sueños. Nos aligeramos de nuestra carga de tiempo y razón. No hay nada más alegre que una fiesta mexicana pero también no hay nada más triste, la noche de fiestas, también son noches de duelo.

En ciertas fiestas desaparece la noción del orden y el caos regresa. Todo se permite, desaparecen las jerarquías, distinciones sociales, sexos y clases. Las fronteras se borran todos forman parte de la fiesta, todos se disuelven en un torbellino. La fiesta no es solamente un exceso, un desperdicio de bienes; también es una revuelta, una súbita inmersión en en la vida pura, un regreso un estado original. A través de la fiesta la sociedad se libera de las normas que se ha impuesto, se burla de sus dioses, de sus principios y de sus leyes. Se niega a sí misma, se mezcla el bien con el mal, el día con la noche, los santo con lo maldito. Todos están poseídos, las almas estallan. Todo cohabita y pierde forma. Las fiestas son una operación cósmica, la experiencia del desorden, la reunión de los elementos y principios contrarios para provocar el renacimiento de la vida. El desperdicio atrae abundancia, es una inversión como cualquier otra. El grupo sale purificado y fortalecido de ese baño de caos. Se ha sumergido en si, en la entraña misma de donde salió. El hombre rompe su soledad y vuelve hacer uno con la creación. El tiempo ordinario deja de fluir y cede sitio a el tiempo original. La fiesta abre al tiempo cronométrico y por espacio de unas breves horas el presente eterno se reinstala.

Busca la segunda parte en la siguiente edición de Pravia.

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