Cuento: SEDA

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Por Paco Montaño 

Lo primero en que se fijó al entrar en el cuarto precedido por la prostituta que minutos antes había abordado en aquél tugurio, fue la cama. 

 

En realidad, no era más que un colchón duro y viejo tendido sobre una base de cemento burdamente pintado para disimular. Sus ojos se posaron en seguida en la pequeña ventana que se encontraba a un costado, levantando un poco la ajada cortina comprobó que daba al cubo central del edificio; una especie de tragaluz que abarcaba tres pisos. El pequeño cuarto contaba además con un televisor empotrado en un muro, una especie de diván forrado en una piel negra y gastada, y una puerta al fondo que encerraba un baño con regadera, lavabo y escusado con unos horrorosos azulejos de color amarillo pastel. 

La mujer lo miraba revisar la habitación y sintió cierta desconfianza por aquél individuo. Ya le había parecido algo raro desde un principio, y ahora que con gesto de asco se asomaba al baño, pensó incluso que quizá sería maricón. A fin de cuentas, no había intentado tocarla ni siquiera cuando prácticamente y con toda intención le puso las nalgas en la cara mientras subían por la escalera, él detrás de ella. Como sea, trabajo es trabajo, y un maricón, un macho o incluso una lesbiana era parte de su vida cotidiana. Con esto en mente se dirigió a la cama y comenzó a desvestirse. 

– ¿Vienes? – le preguntó 

-En un momento, quiero verte mientras te desnudas- respondió mientras se sentaba en un extremo de la cama y ponía en el diván el maletín de cuero que llevaba consigo. 

-Es tu tiempo, es tu dinero- le contestó sacándose la fea blusa de un tirón y comenzando a desabrocharse la faldita. Se recostó después en la cama y se sacó la falda levantando las nalgas, no llevaba pantaletas y una frondosa mata de vello púbico negro explotó de pronto cuando abrió las piernas. 

El observaba y pensaba que era una mujer hermosa, con bonitas formas, pero con un pésimo gusto para maquillarse y vestirse. Además, se notaba que no se cuidaba en lo más mínimo; comenzaba a sobrarle la grasa y se notaba flacidez en los senos y brazos. Con todo, tenía unas piernas casi perfectas, largas y torneadas. Los muslos algo gordos pero pasables. Los tobillos finos y los pies no muy grandes ni muy pequeños. Definitivamente le gustaba. 

Ella conservaba aún medias, ligueros y el sostén puestos. El busto estaba casi al descubierto por usar una talla más pequeña de brasier de lo que debería, dando así la ilusión (o pretendiendo darla) de estar más tetona. Las nalgas llenaban cabalmente la estrecha falda que ahora yacía en el piso de manera descuidada. Y el culo, había que admitirlo, era hermoso como había notado al subir las escaleras tras ella. 

Lo único que no le gustó fueron sus medias. Eran de malla con notorios remiendos en diversas partes y un color indefinido por tantas lavadas con jabón corriente. Aquello resultaba deprimente para el perfeccionista y esteta cliente. 

– ¿Acaso no tienes unas medias más bonitas que ponerte? – 

– ¿Y crees que me las pondría para trabajar?, ¡de pendeja!, los clientes son bien bestias; hay muchos que por avorazados meten sus manos cochinotas bajo la falda. Me arrancan las pantaletas y me rompen las medias para meterme los dedos por adelante y por detrás. ¡Ah! Pero cuando les digo que serán 500 pesos por el servicio completo, salen hechos la madre. ¡Hijos de la chingada! – 

Mientras más hablaba se exasperaba más y el cliente decidió cortar por lo sano. 

-Tranquilízate, solo te lo pregunté porque las medias que traes ahora no van con tus piernas. Tus piernas son hermosas, parecen mandadas a hacer y merecen lucirse. De verdad son preciosas. Dime: ¿no te dicen eso cientos de veces cuando bailas en la pista?, ¿no detienes el tráfico cuando cruzas la calle? ¡Eres una diosa! – 

¡Qué bonito hablaba aquél cliente!, que cosas tan lindas sabía decirle sobre sus piernas y qué bien la hacía sentir. A lo mejor no era tan puto. 

 

En ese momento se acordó de cuando ganó aquél concurso de belleza en la preparatoria, todos la chuleaban mientras recorría la pasarela y las otras chicas la acribillaban con sus miradas de envidia. El imbécil que la escoltaba, (un profesor con el que andaba a escondidas, mucho mayor que ella y que la traía pendeja) le dijo que no se hiciera muchas ilusiones porque las demás concursantes parecían gatotas y por eso había ganado. Pero en ese momento no le importó; ella se sintió a toda madre. 

-No tengo medias nuevas, todas están igual de jodidas que estas o pior- 

-Si me permites, aquí tengo varios modelos; te los voy a mostrar a ver cuáles te gustan- 

– ¿Qué te pasa cabrón?, ¿viniste a coger o a venderme medias? – 

-No, nada de eso. Se trata de un obsequio. Te regalo cualquier par que te guste- 

Mientras decía esto, cogió su maletín, lo puso sobre la cama y lo abrió. Allí había entre 20 o 30 pares de medias, todas de buena marca, en diferentes modelos, tallas y colores. La chica dejó de pronto de ser la puta barata, dura y curtida para dejar paso a la mujer soñadora, femenina, enamorada de esos pequeños lujos de la vida, como un par de medias nuevo. 

– ¡Estas me gustan mucho! – 

-Buena elección, te van a quedar perfectas, el color te va de lujo y además son muy finas, son francesas. ¿Me permites, por favor, que te las ponga? – 

-Nomás no las vayas a jalar, pendejo- 

Con calma y deleite contempló el cuerpo de la prostituta que yacía en la cama.  Mientras recogía del cuarto todo aquello que podría comprometerlo y borraba cualquier huella, cualquier mancha de semen o saliva. Una sonrisa se dibujaba en sus labios al revivir los momentos más sublimes del encuentro. Había convertido en reina a una puta dura y rutinaria al vestir con seda sus hermosos muslos y ella se había entregado a él como si fuera su novio, su amante y no un cliente de 250 pesos. 

Lo último que hizo antes de salir de la habitación dejando el cadáver tras de sí, fue retirar de sus piernas las medias de seda. Estaban impecables; ni una rotura, ni un jalón. Las dobló cuidadosamente y volvió a meterlas en su empaque para guardarlas en su maletín; podían volver a ser útiles. Apagó la luz y cerró la puerta. 

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