Declarado “Pueblo Mágico” en el 2012 por el Gobierno del Estado de Guanajuato, Jalpa de Cánovas es un lugar que vale la pena visitar, su atractivo son la tranquilidad y la calma que encierra su rica historia, patrimonio cultural arquitectónico y naturaleza.
Por Lee Iwan
Parte del panorama de la carretera son los vendedores de nueces, así como una fila de estatuillas de porcelana de bulldog, Hulk, Iron Man y Hello Kitty; más adelante, se ven algunas bodegas aisladas, zapaterías y de repente el paisaje cambia gradualmente; los grises de las construcciones se transforman en verdes del campo dejando atrás la ciudad, esto es el camino a Jalpa.

El aire enrarecido invadía mis pulmones de manera automática, cada inhalación cercioraba que estaba en otro lugar, lejos de lo cotidiano, relajándome cada vez más. A unos cuantos kilómetros de llegar, mi paz se vio interrumpida por un retén de policías federales, entendí que debía hacerme a un lado, el oficial tenía que cubrir su cuota y a mí no me quedaba de otra más que obedecerlo.
El señalamiento fue porque la placa de frente no estaba colocada en la camioneta, razoné que no había donde ponerla y que no tenía la culpa de que esos Japoneses no les interesara hacer un coche para placa delantera.
Mi copiloto dormida, sin alguna preocupación de lo que sucedía, después de algunos minutos que parecieron horas, el oficial de cara severa ordenó que regresando de mi viaje acudiera inmediatamente a pagar mis infracciones, agradecí, y retomamos el rumbo.
Llegamos a la ex-Hacienda Cañada de Negros, ubicada a 10km del pueblo mágico, el camino empedrado cuesta arriba descubre una iglesia neogótica frente a una explanada vestida con múltiples campanas y un reloj que marcó la misma hora en todo momento, el ahora.

El tiempo lo cambia todo, esa hacienda era distintivo en el siglo XVIII por utilizar a los esclavos africanos para el cultivo de viñedos y producción de vino, de ahí el nombre Cañada de Negros; ahora convertido en sede para reposar, gozar del SPA y reencontrarte con tú pareja.
Tomamos un mapa en la recepción y nos dirigimos a Jalpa, al acercarnos a nuestro destino nos recibieron los nogales invitándonos a cruzar el arco mágico que marca la entrada, una vez dentro del pueblo quedamos envueltos en una atmósfera de aire fresco y silencio.

Al recorrer las calles, me sentí como forastero en un pueblo fantasma, pocos locales con poca gente, queserías, tienditas, taquerías, farmacia, las casas achaparradas tenían los marcos de las puertas por debajo del nivel de la banqueta.
Los patronos del pueblo son Guadalupe Cánovas y Portillo esposa de Oscar Braniff Ricard, los padrinos de boda fueron don Porfirio Díaz y su esposa Carmelita. Cuyo regalo fueron 30 años de luz eléctrica gratuita para Jalpa y concesión para ramal del ferrocarril.
Lo que ahora es Jalpa se debe a la influencia que tuvieron Oscar y Guadalupe, ellos invirtieron en la hacienda plantando árboles de nogales y membrillos, convirtiéndolo en productor de nueces y cajeta de membrillo.

Entre los comercios apareció el campanario de la emblemática Iglesia del Señor de la Misericordia, hecha por el mismísimo Louis Cecil Long, arquitecto, relojero e inventor británico, cuyo estilo neogótico imprime un surrealismo al pueblo de nogales y silencio.
Llama la atención que se terminara a detalle 6 meses antes de que comenzara la guerra cristera en 1925, así como la leyenda de cómo llegó a completarse la obra. Cuentan que Oscar tuvo un accidente que dañó sus ojos dejándolo con una ceguera gradual y permanente, desesperado, en una conversación que tuvo con su devota esposa le dijo: “Si tú Dios me cura, yo pondré el dinero que falta para terminar de construir la Iglesia del pueblo”, milagrosamente se recuperó y así fue como un hombre se volvió creyente y se terminó de construir la Iglesia.
Continuamos a través de un callejón se descubre una finca blanca, adornada de grietas y el pasar de los años, protegida por la hermosa cancelería negra a su alrededor, antes residencia de Oscar y Guadalupe, eso es lo que queda de lo que alguna vez fue la Hacienda de Jalpa.
La entrada principal estaba custodiada por un niña y un pequeño atrás de la caja registradora, con mucha formalidad pidieron que tomáramos asiento informándonos que había otro recorrido en proceso. Minutos después, otra niña de nueve años asomó la cabeza por la puerta, invitándonos a cruzar la entrada principal de la Hacienda, nos sentó frente a un mapa antiquísimo comenzando la repetición de un discurso memorizado, el cual descubrimos que no debía interrumpirse ya que nuestra pequeña guía debía comenzar otra vez desde el principio.

Nuestra anfitriona amablemente sugirió una ruta desconocida por el mapa, un camino cuyo acompañante es un río que nutre a los nogales que cubren el cielo, entre más nos adentrábamos, mayor era la invasión de la hierba contra las murallas de piedras grisáceas y azules apiladas una sobre otras intencionalmente equilibradas. Seguimos caminando entre actos de arbustos y ramas que parecían portales de una dimensión hacia un reino mágico, los custodios de esos caminos son los perros escandalosos y las vacas de miradas enigmáticas.
Continuamos, hasta llegar a un símbolo de producción diseñado por Luis Long, el molino, el cual le dio a Jalpa el apodo del “Granero de México”, ahora un edificio en ruinas que se resiste a caer, se resiste a la terquedad de su actual propietaria de restaurarlo o bien, cederlo como patrimonio del Estado.
Cansados retornamos al hotel, viajando a través del claroscuro en la carretera, la lluvia cantaba sobre la superficie, mientras intercambiábamos experiencias y sentires en la terraza que ve hacia Cañada de Negros, al sentir el cansancio de nuestro cuerpo nos guardamos para empezar un nuevo día.

Atravesamos los nogales hasta subir por el llano, el camino de terracería nos llevaba a nuestro destino final, a la distancia observamos la presa de Santa Eduviges, diseñada para abastecer a las 7,365 hectáreas de la hacienda poblada por nogales, membrillo, viñedos y trigo; hecha para el progreso y gloria de los Braniff-Cánovas.
Habiendo disfrutado enormemente de Jalpa decidimos hacer una última escala en la tradicional dulcería, comprando cuantiosas porciones de pinole, jamoncillos y mermelada de nuez para emprender el regreso a casa. Cruzamos los arcos mágicos, para emprender el rumbo a casa, éramos los mismos pero diferentes. No puedes pisar dos veces en el mismo río, así me sentí después de conocer Jalpa de Cánovas.