Cuento: ¡QUÉ CASUALIDAD!

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Por Missael Delgado

Como la pluma, cedido totalmente al viento, solté el control de mi vuelo y me sumergí por senderos estrechos y diagonales, durante un tiempo que mordía mis ilusiones de tener el golpe de suerte que un ser humano puede recibir de vez en cuando.

Y la tarde se me fue consumiendo entre bullicio y desinterés en lo particular de la ciudad, con tantas personas yendo y viniendo sin un punto común, con la efímera e hipotética presencia de tu ser que acechaba como fiera a su presa los pensamientos más triviales de mi cabeza, que me aturdían, que me explotaban de tanto en tanto.

Cuando de pronto, tuvo que caer la oscuridad, y los faros y las luces de los rincones más alejados y los más cercanos le dieron el brillo a mis ojos caídos y ansiosos de tu imagen, con una vaga esperanza que aún no lograba ceder por alguna fuerza inexplicable que no tenía una concreta procedencia, y peor aún, un dudoso destino. Calles recorridas que me asfixiaban amargamente se iban quedando tras las huellas de mis pasos, con un ansia recurrente de expulsar esa inquietud latente que permanecía aferrada en lo profundo de mi razón. Bastantes litros de alcohol, que pendían de mi mano, serían la respuesta y el camino a una noche más, donde habría de pensarte justo en la oscilación de la mano, llevando el líquido a mi boca, y olvidándote justo en el trago hondo y amargo que habría de llenar los vacíos de mi mente y corazón.

Con la capa caída y el saco arrastrando, las ilusiones me daban la fuerza necesaria para trasladarme y no más, dando tumbos en la creciente y verde flor de mis sentimientos más negados y desconocidos. Mas como en todo cuento de hadas, con un toque de extraordinario y de fantástico, tu figura se dibujó a lo lejos, entre el brillo de las luces nocturnas, caminando cada vez un poco más cerca de mí.

Un gancho al hígado bien acomodado por el ágil pugilista que late en mi pecho me sacudió el cuerpo y me tumbó a la lona en un segundo. Ni el más optimista habría podido prever un encuentro tan pasajero y significativo. Porque ni en mis aspiraciones más profundas esperaba verte así, tan indefensa a la intemperie de la banqueta, con un mundo papaloteando frente a tu mirada; distraída, desaliñada, natural. Tanta inocencia me detuvo el correr de la sangre por un instante eterno, seguido por un intento de saludo que desembocó en la más corta representación de una tragedia griega.

Los pies aún lograron impulsar la continuación de mi camino, que continuó en la dirección más próxima que me alejara de ti. No giré la cabeza ni quise saber más en el momento, las ideas me saltaban de un lado otro e impactaban en la coordinación total de mi cuerpo: estaba exaltado. Porque no podría llamarle a esto una obra del destino ni creerme el cuento de que estaba ya escrito así. En la cabeza, una frase me martillaba con tanta insistencia que me parece y terminé escuchándola en otra voz, en otra persona: ¡Qué casualidad! Había sido eso, sólo una casualidad de dos personas que lograron coincidir en un aturdido y alejado mundo fuera de lo cotidiano. Y aunque la cabeza me siguiera dando vueltas, y esos próximos litros de cerveza tuvieran tu imagen mental en cada sorbo, no sería más que un simple suceso que, al final de todo, no alteraría ni un poco las cosas, y, sobre todo, no te haría correr más rápido hacía mí.

 

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